Planchas, otro oscuro ardil de los payasos de Micolor

Corea del Norte no debería preocuparnos. ¿Represalias nucleares? Se referirán al tupé de Kin Yong Il. Si algo tiene que preocupar a los grandes jerifaltes mundiales son los Payasos de Micolor.

La Cúpula, en su infatigable búsqueda de la verdad, vuelve a cruzarse con esta peligrosa mafia del maquillaje que, entre otras cosas, trafica con fetos de león, niños, nueces moscadas y látigos con puntas de hueso de aceituna.

En esta ocasión, y de pura casualidad mientras investigaba para encontrar una cura contra la pereza, La Cúpula se ha encontrado con una conspiración mundial que tiene como punto de partida, una vez más, las inofensivas coladas de la humanidad.

La plancha, ese inútil y, a priori, inofensivo utensilio, es un malicioso invento de la Mafia Micolor, que es dueña de la mayoría de marcas que fabrican planchas y detergentes que prometen un fácil planchado. No hay más que coger una plancha y mirarla con una lupa para ver hasta donde llegan las intrigas de tan infectos payasos.

Pruebas y fotografías obtenidas ante notario.

Es el pez que se muerde la cola: primero, venden millones de planchas que, aunque no tienen una aplicación científica demostrada salvo, en ocasiones, hacer sandwiches, se compran sin parar en todas las tiendas del mundo. Segundo, ponen en el mercado un detergente con la llamada encima del "fácil planchado", con lo que se hacen más innecesarias todavía las billones de planchas vendidas hasta ese momento. La gente tira sus planchas por la ventana y se lanzan a comprar el nuevo detergente. Hay millones de muertos por el lanzamiento de planchas que se da a nivel mundial. En este punto ya solo queda dar el golpe de gracia en forma de noticia de máximo interés para la salud mundial: la llamada encima del "fácil planchado" es a su vez, una peligrosa bacteria devoradora de carne. Acto seguido, los gobiernos de todos los países quitan del mercado esos detergentes/trampas mortales y todo el mundo vuelve a comprar detergente de "difícil planchado", con lo que vuelven a necesitar las planchas que tiraron a la basura. Vuelta a comprar billones de planchas en un tétrico bucle del suavizante que se viene repitiendo década tras década desde hace eónes.

¿Qué ganan los Payasos con todo esto? A parte de las ventas de detergentes y planchas, ganan millones de toneladas de carne de las víctimas de la encima del "fácil planchado" que serán utilizadas para alimentar a los leones de sus circos.

Una vez más, todo esto ocurre ante la impasible mirada de los máximos dirigentes mundiales: millones de muertos, toneladas de focas usadas para fabricar detergente, montañas de planchas viejas que se atascan en los aparatos digestivos de las ballenas azules... ¿Hasta cuando vamos a seguir aguantando esta actitud de nuestros dirigentes? ¿O debería decir dirigentes/Payasos de Micolor?

¿The end?

Dedollaveros

Veo con horror que la tecnología cerraduril avanza a pasos agigantados hacia una generalización de las cerraduras con lectores de huellas dactilares. Si algo hemos aprendido de la biblia es que una cerradura con lector de huella digital es una sentencia de muerte para tu dedo índice.

¡Protesto! Yo tengo el dedo mucho más largo que tú.

¿Donde quedaron los años de las llaves de pueblo? Esas llaves grandes que en caso de asalto servían como arma arrojadiza... Ahora no. Ahora queremos que todo sea como del futuro.

El tema ha empezado con las tarjetas en los hoteles. Ya no gustan las llaves y en vez de eso te dan una tarjeta con una banda magnética que se mete en un lector que se instala generalmente en la propia puerta. A priori parece más guay que una llave, ocupa poco, parece traída de un futuro no muy lejano y como es una tecnología que se ha generalizado mucho, puedes fardar ante los paletos de tu pueblo diciendo que has estado alojado en el hotel Ritz, cuando en realidad has estado en un hotel/charcutería de 5 euros la noche con desayuno de bocata de chopped incluido.
Pero en realidad no está tan bien como pueda parecer en un primer momento ya que las tarjetas rara vez funcionan a la primera y tienes que estar 30 segundos metiendo y sacándola del lector. Además, ¿a quién se le ocurrió que poner bandas magnéticas era beneficioso? ¡Se rayan! Y dejan de funcionar. Por no hablar de son demasiado fáciles de perder... podría seguir un rato así, pero lo que nos interesa es el siguiente escalón en la historia de las cerraduras.

Desde hace unos años se está poniendo de moda lo de poner lectores de huellas digitales en todas partes, incluso vi un portátil que para encenderlo tenías que poner la maldita huella. Muy muy práctico. Pero la cosa empeora cuando los lectores de huellas se incluyen en las cerraduras. Llegas a tu casa, pones el dedo y entras. No se a vosotros, pero a mi me cuesta muy poco imaginarme los robos del futuro: "venga tío, ya me estás dando la cartera, el móvil/gratinador de queso, los flubber-zapatos y tu dedo índice o te turbo pincho con mi turbo navaja".
No me agrada la idea de que en el futuro se produzcan amputaciones dactilares masivas ni que pueda haber ladrones con llaveros en los que, en vez de llaves, cuelguen dedos. Así que, por favor, fabricantes de cerraduras, dejen de lado las cerraduras con huellas dactilares y céntrense en las cerraduras con lectores de apéndices, así si nos roban las llaves que nos sirva de algo y salgamos apendicectomizados.

Memoria letal

Os pongo en situación:

Sales de casa, cierras la puerta, bajas al portal y cuando sales a la calle te asalta una duda: ¿he cerrado con llave? Esa pregunta te lleva a hacerte otras: ¿he apagado la cafetera? ¿El gato tiene comida? ¿he tirado de la cadena?
Acto seguido te vienen horribles consecuencias como resultado de tus múltiples negligencias hogareñas. El gato, en busca de algo que llevarse a la boca, se sube a la encimera de la cocina en la que la cafetera está ardiendo y a todo trapo, al pasar cerca de la misma, el gato, de nombre Truño), vuelca la cafetera sobre su lomo y empieza a arder. A su vez, un ladrón, de nombre Rutiger, entra por la ventana del baño y, al estar todo tu ser aun caliente en la taza, sale corriendo y vomitando del baño, con la mala suerte de toparse con el gato en llamas. En seguida, la barata y acrílica ropa del ladrón (comprada de saldo en Lefties) arde al contacto con el michino, que a estas alturas es poco más que un resquicio de cola con bigotes. Rutiger se tira al suelo y rueda, pero eso no hace más que empeorar la situación y las llamas se avivan. Alguien llama a los bomberos, pero al entrar en la casa perciben el hedor proveniente del cuarto de baño y deciden no apagar el incendio, con lo que los pisos adyacentes empiezan a ser devorados por las llamas. Mueren todos tus vecinos, los bomberos al caerles el edificio encima y un señor con bigote que pasaba por allí y al que le dio un ataque al corazón al creer ver la cara de su difunta esposa en una tea ardiendo proveniente de tu casa.

Todo esto pasa por tu mente y te detienes en seco. Tienes dos posibilidades: sigues tu camino y te pasas el día entero pensando en las posibles consecuencias de tus descuidos y deseando llegar a casa para ver a los bomberos muertos, o bien das media vuelta, subes el portal abres la puerta y compruebas que todo está bien. La cafetera apagada, el gato vivo y la taza libre de excrecencias. Curiosamente y por casualidades cósmicas de las que hablaremos algún día, hay un ladrón que ha entrado por la ventana del baño, no se llama Rutiger sino Aparicio y, tras inmovilizarte, te viola repetidamente y se marcha.

Moraleja: No vuelvas a casa, todo está bien. La cosa es que, a las 8 de la mañana, somos robots que hacen las cosas mecánicamente y luego no recordamos haberlas hecho. Además si vuelves corres el peligro de ser violado.

Digestiones mortales en la playa

La de horas que nos hemos pasado de niños en la playa esperando a que nuestras entrañas hicieran su trabajo. Malditas. tenían unos periodos laborales de dos horas tras las comidas que nos fastidiaban los baños pre-siesta. En vez de bañarnos debíamos quedarnos haciendo castillos de arena seca, ya que ni siquiera nos podíamos acercar a la orilla. La arena seca no molaba. Como tampoco molaba ver cómo otros niños (amigos o no) comían a la vez que tú y a la media hora se iban al agua. ¿Acaso sus estómagos estaban hechos de neopreno? ¿Acaso esos niños eran los elegidos por el todopoderoso Rey Tritón y eran medio sirénidos? No. Mucho más sencillo, sus padres les odiaban. O algo así. De modo que si tus padres te dejaban bañarte sin pasarte antes 2 horas bajo el sol abrasador, significa que no te querían.

Con tanto tiempo libre, el pequeño Timmy perdió la cabeza y se mudó a su castillo

Es curioso que se necesitaran exactamente 2 horas para poder bañarse. Era (y es) una regla vital nunca escrita. Las repercusiones de saltarse esta norma eran misteriosas y divagantes. En algunos casos, el resultado de meterse en el agua antes de esas 2 horas era que se te "cortaba" la digestión. Funesto futuro para aquellos niños que realizaban tal osadía, con las tripas llenas de comida "cortada" como un bote de mayonesa rancio.
En otros casos el problema era simplemente que potabas todo lo que habías comido, con el consecuente riesgo de atraer a depredadores marinos como la anguila eléctrica y los erizos de mar, animales potencialmente peligrosos cuando trabajan en diabólica comandita.
En los casos más extremos, al niño que se atrevía a desoír los consejos de su madre, le implosionaba (literalmente) el estómago, dejando un reguero de comida que atraía a los erizos de mar y a las anguilas no eléctricas, de modo que no había peligro de combinación mortal. Algunos llaman a este último caso "golpe de agua".

Pero había una excepción realmente curiosa. Después de comer tenías que esperar 2 horas antes de meterte al agua... a no ser que te metieras inmediatamente después. Vamos, que si al bocata de tortilla lo pillas por la mitad, mal. Pero si lo pillas al principio, entre el píloro y la traquea no le asustas y se siente bien. Cosa curiosa. Suena más a una manera de los padres de tener dos horas tranquilas sin tener que estar pendiente del crío en el agua. Son listos, muy listos.