La unión hace la fuerza

No os dejéis llevar por el tópico ni por infrapensamientos derivados de lo típico del título de la entrada de hoy. Cuando hablo del poder de los arrejuntamientos masivos no me refiero a las huelgas para conseguir estúpidos beneficios sociales. Ni tampoco a congregaciones de modernos para pedir que se prohiba uno de los tesoros culturales de la moderna sociedad: morder a gorriones en la cara. Yo voy un poco más allá, e intento entender los beneficios de estas aglomeraciones de seres cantores.

La unión hace la fuerza, sí, pero ¿para qué vamos a usar esa fuerza? Es decir, una vez llamada la atención y cuando una ciudad, un país o un continente entero se encuentra expectante de oír la razón de semejante alboroto, ¿qué vamos a pedir? ¿Derechos para los humanos? ¿Derechos para los animales? ¿Derechos para los derechos? NO. No tenemos que pensar qué deberíamos pedir, sino qué debemos pedir. Rascacielos hechos enteramente de esqueletos de mapache. Burritos tan picantes que ni el mismísimo Jesús pudiera comerlos. Crear un máquina que haga que llueva gelatina de vodka. Prohibir las palomas, pero no los huevos de las palomas -pensad que, al no estar prohibidos los huevos podríamos pisotear a los polluelos nada más nacer, porque ellos sí que serían ilegales-. Se podría pedir también que cierto porcentaje del empleo público fuese destinado a contratar simios de toda clase; todo sería tan lento e incompresible como ahora, pero habría muchos más lanzamientos de heces en los edificios públicos.

Como veis, la lista no tiene fin, dazme dos palabras al azar y os digo algo por lo que luchar y pasar frío. Yo os animo. La Cúpula de la IRA os anima.

P.D.: No le intentéis encontrar sentido, ni si quiera yo se lo encuentro.

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