El hurto del siglo

Hace poco perdí la fe en la humanidad en los lavabos de un bar. Tranquilos, no recibí el amor de un enmascarado. Tampoco me encontré con una tualé que pareciese un cuadro de la época oscura de Goya. Es más simple que todo esto. Al entrar al servicio mis ojos se fijaron en que faltaba el aro de la taza. En su lugar había la nada.

Próximo objetivo de gusanos espaciales.

Llegado a este punto, pienso que hay dos razones por las que puede faltar el aro de una taza de váter de un bar. O lo han robado, o los dueños los han quitado para que no lo roben -sabedores de que esto puede pasar o porque les ha pasado con anterioridad-.

En cualquiera de los escenarios propuestos, el ser humano sale muy perjudicado como especie. ¿Qué oscuros ardiles llevan a una persona a robar un aro de taza? Y aún más inquietante: ¿Cómo se saca un aro de ese tamaño de un bar sin que nadie se dé cuenta?

Preguntas que no tienen respuestas. No podemos sino imaginarlas. Dejarnos llevar por nuestra mente y terminar con alocadas propuestas sobre invasiones alienígenas y sobre conspiraciones de despiadadas multinacionales dirigidas por vampiros diurnos. Puede que el caco pretenda acabar con las infecciones de hongos haciendo que los clientes del bar hagan sus necesidades sin rozar la fría porcelana. O puede que esto sea el principio de una invasión de gusanos espaciales que por alguna macabra razón necesiten nuestros intestinos rebosantes. Eso, sólo el tiempo lo dirá.

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